Estaban estupefactos, no daban crédito a sus ojos. Los robots estaban por todas partes. No entendían por qué estaban brotando de la tierra, hasta que vieron el pequeño riachuelo que atravesaba el grupo de niños y recordaron.
La guerra estallaba por todas partes y rincones del mundo.
La humanidad de las personas se había esfumado, así como la de sus enemigos, que eran propiamente robots. No se sabía el vencedor, había que esperar hasta el final. Pero, de pronto, en una sola milésima de segundo todo finalizó.
Una explosión estalló y se extendió por toda la faz de la tierra propagando una sustancia que acabó con la existencia de las máquinas. Nadie supo quién lo hizo ni qué era.
Volviendo a la realidad y despertando de sus ensimismamientos, se dieron cuenta que la sustancia no se había disipado al completo. Residía en el río brindándole un extraño color marrón.
Gracias a la misma sustancia que los había extinguido, los robots pudieron resurgir como plantas desde la tierra.
Los niños observaron la escena con asombro sin saber cómo reaccionar. Los robots estaban por todas partes, algunos tan solo tenían torso y otros cuerpos al completo.
Pero todos encaminaron el alzamiento de las máquinas.